Su brevísima biografía afirma que casi ha cumplido los 25 años. Pero en persona, Christopher Paolini, autor del recién publicado Brisingr, el tercer libro de la saga El legado, sigue teniendo ese aire de adolescente imberbe e inocente con el que se dio a conocer tras inventarse a Eragon hace 10 años. Aquel título, que encerraba una historia complicadísima y fascinante protagonizada por el joven Eragon, llena de dragones, brujos y elfos residentes en universos de geografía indómita y nombres imposibles, se convirtió en un fenómeno comercial sólo comparable al de Harry Potter. Pero en este caso, lo sorprendente es que su autor no era un adulto como J. K. Rowling, sino un chaval que con apenas 15 años anunció en casa que se disponía a escribir un libro de fantasía y dos años después le entregaba a su madre casi 600 páginas.
Talita Hodkinson, esa madre que en lugar de llevarle cada mañana al colegio le educó en solitario junto a su hermana en el salón familiar, con vistas a las montañas Diente de Oso, en Montana, fue la que corrigió el primer borrador. Y el segundo. Ella, su padre y su abuela creyeron en el talento de Paolini, crearon una editorial y autoeditaron Eragon en familia. El boca a boca hizo el resto y, en 2002, Random House adquiría los derechos. Eragon se convertiría en el tercer libro más vendido de 2003 en Estados Unidos, repitiendo hazaña dos años después con Eldest. Entre ambos volúmenes, el escritor ha despachado más de 15 millones de libros en todo el mundo. Brisingr, editado en septiembre, vendió medio millón de ejemplares en un solo día. A España llegará el 24 de octubre, como los anteriores, de la mano de Roca Editorial y con 100.000 ejemplares de salida.
"Cuando me puse a escribir Brisingr me bloqueé. Temía que hubiera tantas expectativas puestas sobre mí que la gente miraría con lupa cada palabra, así que yo mismo me impuse tanto control sobre cada línea que me pasé semanas sin poder escribir". Lo explica sentado en el anodino hotel de Manhattan concertado para el encuentro, con su camiseta azul, sus vaqueros, sus gafas clásicas y su pelo de colegial. Su forma de hablar, con una puntillosa pronunciación, resulta un poco irritante, pero no hay que olvidar que estamos ante un niño prodigio que para superar su primer bloqueo de escritor decidió apagar el ordenador y escribir Brisingr... ¡a mano, con pluma y tintero! (el libro tiene 763 páginas). Su madre casi se deja los ojos al intentar copiarlo, ya que Paolini escribe con letra tan pequeña que en una página de cuaderno le cabían 2.000 palabras. "Cuando ya llevaba un tercio escrito decidí volver al ordenador. Estaba en juego la salud de mi madre", bromea.
Ni borracheras de adolescente, ni escarceos amorosos, ni juergas con amigos. Han sido 10 años de libros, algo de Internet y, de vez en cuando, un videojuego. El resto, disciplina. "Desayunar, escribir hasta la cena, una hora de deporte y a la cama". Así ha pasado los últimos dos años y medio. "Antes de eso viajé por Estados Unidos y Europa para promocionar Eragon y Eldest y, además, fui a Hollywood al estreno de la película. Yo adoro el cine. Además, el renacer de la literatura de fantasía hay que agradecérsela en parte a la llegada de los efectos especiales al cine. Muchos jóvenes han descubierto mis libros o los de Tolkien. Gracias a las películas, pueden ponerle rostro a lo que hemos descrito con la imaginación".
"Los dos primeros libros podrían haber sido suerte", continúa Paolini. "Pero ahora que ya tengo el tercero creo que ya tengo oficio como para llamarme escritor. Y eso es lo que quiero hacer el resto de mi vida, contar historias". Lo expresa en Nueva York, escenario de cientos de novelas. "Creo que Nueva York sería perfecta para escribir una novela de ciencia-ficción". El problema, añade, es que si él viviera en la Gran Manzana no escribiría. "Hay demasiadas tentaciones y para ser escritor es imprescindible una buena dosis de aislamiento".
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